sábado, 17 de julio de 2010

D. Antonio Benavides Gonzáles De Molina

D. Antonio Benavides Gonzáles De Molina
(La Matanza 1678-S.C.Tenerife 1763)

Teniente General del ejército, el más celebre de los hijos de la Matanza de Acentejo, a quien Felipe V debió su vida y que ocupo relevante puesto en América como el de Capitán general de la Florida, luego de Vera Cruz y posteriormente del Yucatán. Poco fue el tiempo que el rey [Felipe V] le permitió descansar en Tenerife. Deseoso de utilizar sus servicios y de premiar su lealtad, le nombró gobernador y capitán general de la Florida, que constituía entonces un gobierno de difícil y peligrosa administración; y a fin de que no se dilatara su viaje y pudiera con más prontitud entrar en el ejercicio del delicado encargo que le encomendaba, le dispensó de prestar el acostumbrado juramento ante el Consejo Real, previniéndole lo hiciera ante la autoridad que mandaba en las Canarias, y que luego se embarcase en la escuadra compuesta de los navíos de guerra S. José, S. Francisco y S. Antonio, que al mando de don Juan del Hoyo Solórzano, canario también de justa y merecida reputación, hacía escala en Tenerife para dirigirse seguidamente a la isla de Cuba. Hallábase por entonces la Florida en un estado lamentable de desorganización. Atacada con frecuencia por las tribus indias que ocupaban el país limítrofe, y por los colonos ingleses de la Carolina que diariamente procuraban hostilizar la colonia para entorpecer su comercio y obtener el abandono o la evacuación de una provincia que tanto codiciaban y que difícilmente se podía conservar, preciso era que el jefe que viniera a remediar estos males y a sostener la vacilante dominación española, estuviera dotado de un tacto exquisito, de una perseverancia a toda prueba, y de un valor y arrojo indomables. Afortunadamente todas estas cualidades las poseía en grado heroico el nuevo general. Llega, pues, estudia y visita la comarca, se informa de sus necesidades y de sus recursos, reconoce la causa de su malestar, adivina el nombre de los que medran fomentándolos; y queriendo cortar de raíz el mal, separa los empleados malversadores, aleja a sus cómplices, premia a los que han cumplido con su deber, y llama a otros a su lado de cuya probidad y especiales conocimientos tiene pruebas repetidas. Para evitar las quejas de los descontentos y la torcida interpretación que pudieran dar estas medidas, informó de ellas extensamente al rey refiriéndole el estado de la colonia y las reformas que necesitaba y había empleado, teniendo la satisfacción de ver aprobada su conducta, y de que se previniera continuase siempre con el mismo celo y acertada prudencia en la gestión de los negocios de aquella apartada comarca. En efecto, así lo hizo sin tregua ni descanso durante el largo transcurso de su administración, cuyo plazo le fue prorrogado, obteniendo varias victorias de los ingleses en tierra y mar reprimiendo sus piraterías, consiguiendo ajustar un tratado de paz con los indios apalaches, que eran los más terribles enemigos que tenía la colonia, y reducirlos con su trato afable y bondadoso, y sus ofertas religiosamente cumplidas, a que respetasen a los súbditos españoles y cambiasen con ellos recíprocas pruebas de amistad y cariño, que duraron con fidelidad y sin interrupción mientras estuvo gobernando la provincia. En premio de estos servicios, el rey le ascendió al grado de mariscal de campo y le aumentó el sueldo que disfrutaba como una muestra del aprecio que le merecían sus altas dotes militares, políticas y administrativas. Grande era la estimación que había logrado conquistarse entre los habitantes de su gobierno, y el cariño que todos le profesaban, no tan sólo por su acertada administración, sino por su carácter recto y justiciero, su ardiente caridad con los pobres y la afabilidad de su trato, sin distinción de clase ni de personas. Así fue que cuando se recibió la inesperada noticia de que el rey le había nombrado gobernador de la provincia de Veracruz y del Castillo de S. Juan de Ulúa.
Castillo de S. Juan de Ulúa
Hubo en la Florida un sentimiento general de disgusto porque todos estaban convencidos de que jamás un general pudiera parecerse a Benavides. Las demostraciones de afecto con que le despidieron aquellos naturales fueron expresivas y entusiastas; los pobres perdieron en él un padre, los indios un protector, los ciudadanos todos un amigo complaciente, atento e ilustrado. En su nuevo empleo continuó demostrando las mismas excelentes condiciones de mando que tanto le habían distinguido en la Florida, creciendo, sin embargo, su inagotable caridad, por lo mismo que encontró más ancho campo en que ejercitarla. Los años, entretanto, principiaban ya a paralizar su actividad y energía, y antes de que esto sucediera de un modo perjudicial a los intereses de la provincia que administraba, solicitó con instancia su relevo y su cuartel. El rey, que lo era entonces Fernando VI, no quiso acceder a sus deseos, y como la guerra con Inglaterra volvía a encenderse de nuevo, se le confió la capitanía general del Yucatán, y se le dio el mando de la expedición formada para defender las costas de Tabasco y Honduras, con el grado de teniente general.

UN CABALLO PARA SALVAR EL REINO

Diez años antes Antonio de Benavides, nacido en La Matanza, Isla de Tenerife, en 1678, voluntario sin haber cumplido veinte años en La Habana, combatiente en Flandes, Sevilla y Tortosa, había protagonizado otro gesto heroico, que salvó la vida del Rey. Cercados en Villaviciosa, Benavides cedió su propio caballo al monarca y resistió a pie, y con graves heridas, los ataques del enemigo. Recuperado de sus lesiones recibió el título de Brigadier de Caballería. El caballo, que con desesperación quiso cambiar Ricardo III de Inglaterra por su reino, fue cedido por un soldado que, en los últimos años de su larga vida murió en 1763 dio los mismos ejemplos de bizarría y lealtad a la corona, “a cambio de nada, porque en nada vale la vida de un soldado cuando defiende a su patria ya su rey”.


Se Apodero De La Artillería Del Archiduque Carlos Diez años antes, entregó su caballo y salvó la vida de Felipe V el 20 de agosto 172O en Zaragoza.
Pese a la derrota de las fuerzas del Rey Felipe V, todos los militares, incluidos los jefes de las tropas del Archiduque Carlos, han coincidido en valorar como hecho más sobresaliente de la Batalla de Zaragoza, el protagonizado por él isleño Antonio de Benavides, que en un ataque por sorpresa logró apoderarse de la artillería del enemigo. En una formación audaz, concediendo tantos efectivos a los flancos como al eje de su caballería, Benavides logró situar a sus hombres en el centro de la disposición militar del aspirante al trono español y después de neutralizar a los artilleros, se apoderó de todas las piezas y las llegó a emplear contra sus propios dueños. Sin embargo, los graves daños sufridos por las tropas leales a Borbón y una desordenada retirada hicieron vanos los esfuerzos del bravo militar isleño.

Hoy yacen sus restos en la parroquia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife

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